miércoles, 5 de febrero de 2025

El Madrid, el Hércules de una Tragedia Griega moderna

En el vasto escenario del fútbol español, donde las pasiones se entrelazan con la lógica en una danza perpetua, el Real Madrid se encuentra, una vez más, en el ojo del huracán arbitral. Como si de una tragedia griega se tratase, los designios de los dioses del silbato parecen conspirar contra la casa blanca, sumiéndola en un laberinto de decisiones controvertidas y balanzas desequilibradas. No es novedad que el Madrid parezca el Sísifo de La Liga, condenado a empujar la piedra de la justicia arbitral colina arriba, solo para verla caer una y otra vez.


Recientemente, el club de Chamartín alzó su voz con la elocuencia de un orador ateniense, dirigiendo una carta al presidente de la Real Federación Española de Fútbol y al Comité Técnico de Árbitros. En ella, se denuncia una "actuación escandalosa del arbitraje y del VAR", acusando un nivel de manipulación que afecta la integridad de la liga. Este grito en el desierto puede recordar a Casandra, profetizando verdades que nadie quiere escuchar, especialmente cuando se trata de una liga donde la objetividad parece tan esquiva como un unicornio en una corrida de toros.






Las estadísticas, frías y contundentes como el mármol de Carrara, revelan un panorama desolador para los merengues. Desde la implementación del VAR en la temporada 2018/2019, el Real Madrid ha visto cómo se le anulaban 32 goles, liderando esta desafortunada clasificación. En contraste, el FC Barcelona solo ha sufrido 13 anulaciones, una diferencia que invita a la reflexión, o mejor dicho, a una carcajada irónica. Es como si el VAR tuviera una cuenta pendiente con el Madrid, mientras al equipo del protagonista de “Crónicas Carnívoras” le pasara un peine fino, pero con la ternura de un guante de seda.



Si nos adentramos en el siglo XXI, el saldo arbitral de expulsiones muestra un desequilibrio que desafía la lógica: mientras el Real Madrid presenta un balance de -3, el FC Barcelona disfruta de un +62. 



Estas cifras, que parecen extraídas de una novela de realismo mágico, suscitan interrogantes sobre la equidad en el trato arbitral. Es como si el Madrid jugara en un campo con vientos adversos, mientras el equipo de la República imaginaria, tiene siempre viento a favor.


Es curioso cómo ahora se agarran a un partido de Copa donde ambos equipos sudaron la gota gorda, terminando con un sonoro 5-2 a favor de los blancos, y se reduce toda la polémica a un solo acto: un supuesto penalti de Lunin que, a ojos vista, parece más una obra de teatro absurdo que una falta real. Y luego está la posible expulsión de Endrick, que se debe más a la impulsividad, impetuosidad y ganas de agradar de la juventud de un chaval que acababa de salir, que a la justicia divina del árbitro. Es como criticar a Cervantes por una errata en "El Quijote" mientras ignoras que escribió una de las mayores obras de la literatura. En un partido donde el Madrid podría haber hecho llover goles si hubiera salido antes de su típica siesta italiana, se centran en una gota de agua en medio del diluvio.



Y hablando de aquellos que piden equidistancia, es hilarante ver cómo los fans de equipos más modestos, con menos trofeos que dedos en una mano, claman que los grandes (Madrid y Barça) no pueden quejarse porque, según ellos, siempre han sido beneficiados. ¡Que presenten pruebas, documentos, algo más que su fe ciega! Es como si los grandes no pudieran proteger sus intereses, como si un millonario no pudiera quejarse de un robo porque, al fin y al cabo, tiene más dinero que el ladrón. Esta visión es tan simplista que parece sacada de un cuento infantil. Porque, en el fondo, el deporte debe ser justo, no importa si tienes la historia del Madrid o la de un equipo que apenas llena su estadio en los partidos importantes. 



El Real Madrid, como cualquier club, tiene todo el derecho a luchar por la integridad del juego, ya que su legado está construido sobre gestas deportivas, no sobre favores arbitrarios como sucede con otros.






El antimadridismo es un arte, digno de los pintores impresionistas, que se centra en un partido donde una o dos decisiones favorecen al Madrid, y lo pintan como el fin del mundo. Mientras, los errores en contra del Madrid pasan tan desapercibidos como un elefante en una cacharrería. Es como buscar una aguja en un pajar, pero solo en el pajar del Madrid. ¿Dónde están las protestas cuando otros jugadores hacen de las suyas insultando, agrediendo, provocando y despreciando la labor arbitral en su cara, sin que la tierra tiemble?


Es paradójico ver cómo los clamores por justicia se olvidan cuando el Barcelona disfrutaba de penaltis como si fueran caramelos en la Cabalgata de Reyes. Mientras el Madrid es diseccionado como en una clase de biología, al heredero de los calsots le pasan la vista por encima como si fuera una obra de arte en un museo.

Y mientras algunos se arrancan los cabellos por las decisiones arbitrales actuales, se pasan por alto episodios como las "palancas" financieras ficticias, que parecen más magia de prestidigitador que manejo fiscal. O la cautelar en el caso Dani Olmo, que jugó con las reglas como si fueran cartas de un juego de mesa. Es como criticar el polvo en el suelo de tu vecino mientras tu casa está llena de telarañas.


Por supuesto, el caso Negreira es la comedia de errores más grande de la historia del fútbol español, donde el Barcelona jugó al Monopoly con la integridad. Mientras, el Madrid trata de jugar al ajedrez en un tablero donde las piezas cambian de color cada jugada. 







Es un enigma digno de los más intrincados laberintos filosóficos el comprender cómo, ante la evidente corrupción estructural del arbitraje español, la mayoría del resto equipos no solo permanecen impasibles, sino que (en un ejercicio de ilógica absoluta) aprovechan para atacar al Real Madrid y meterle en el saco, en lugar de sumarse a su denuncia



El club blanco, que no pide más que árbitros imparciales, un VAR que actúe con la misma vara de medir para todos y una regeneración profunda de un Comité Técnico de Árbitros tan viciado que parece salido de un drama de Sófocles, se encuentra una vez más en la diana de las críticas, como si fuera Teseo y tuviera que enfrentarse al Minotauro solo.


¿Acaso no es de interés común que el arbitraje en España recupere su credibilidad? ¿No es esta la oportunidad perfecta, como si de una profecía de Delfos se tratase, para exigir un cambio estructural tras años de sombras, con evidencias tan contundentes como el caso Negreira, un escándalo que merece ser contado por Homero? 


Pero no, lejos de aprovechar este momento como un héroe griego para alzar la voz contra la podredumbre arbitral, muchos equipos prefieren el camino fácil: atacar al Madrid, como si fuera más sencillo culpar al mensajero que entender el mensaje.


El Madrid es la víctima predilecta, el chivo expiatorio perfecto, el blanco de todas las frustraciones y envidias. Su glorioso palmarés, su grandeza inigualable, su capacidad para reinventarse y seguir dominando el panorama futbolístico causan escozor en ciertos sectores que, incapaces de emular su éxito, han optado por convertirlo en el epicentro de sus desdichas. Es como si quisieran que el Madrid se quedara quieto como una estatua de Zeus para no resaltar tanto su propia mediocridad. 







Pero
lo más paradójico, digno de una comedia de Aristófanes, es que esos mismos equipos que critican al Madrid por denunciar un sistema arbitral manipulado y que apoyan hasta el desfallecimiento a oscuros personajes como LOUZÁN, MEDINA CANTALEJO o al líder supremo y “portacoz” de la Liga (TEBAS), son los primeros en quejarse cuando les perjudican a ellos y de acusar al verdadero Dios griego de esta historia, su FLORENTINEZA, de controlar y dirigirlo todo. La hipocresía es de proporciones bíblicas, o mejor dicho, olímpicas.



Si realmente el resto de clubes quisieran un fútbol limpio, sin sombras de favoritismos ni componendas, deberían alinearse con la denuncia del Madrid y exigir, de una vez por todas, árbitros neutrales, un VAR justo y un CTA renovado desde sus cimientos. Pero prefieren refugiarse en sus complejos históricos, en su resentimiento atávico, como si fueran los titanes maldiciendo su destierro, y en la comodidad de atacar al de siempre. Prefieren un arbitraje que parece más un laberinto de Creta que un templo de justicia, corrupto y manipulable, antes que aceptar que el Madrid, una vez más, tiene razón, como si fuera la verdad de un oráculo.



En definitiva, mientras algunos buscan tormentas en vasos de agua, el Real Madrid sigue su camino, sabiendo que estas polémicas son meras pinceladas en un cuadro mucho más grande y glorioso. Los críticos, cegados por la envidia, solo ven la sombra del gigante, no su verdadera estatura.








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